Sí, sabemos más, pero ¿somos más sabios?

Liderazgo consciente en tiempos de crisis

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¿Somos los seres humanos una especie realmente inteligente?

En las últimas décadas el ser humano ha hecho enormes avances en todos los campos del saber y ha desarrollado una tecnología muy poderosa que crece a un ritmo vertiginoso. Increíblemente, todo este dechado de conocimiento y tecnología ha sido incapaz de evitar la Gran Recesión (2008) y la Gran Pandemia (2020) y tampoco parece probable que sea capaz de mitigar sus devastadoras consecuencias. ¿Cómo es posible que algo así pueda ocurrir y no seamos capaces de dar una respuesta conjunta realmente adaptativa, que no ponga en peligro todo lo que hemos conseguido los seres humanos hasta la fecha? ¿Para qué sirve tanto conocimiento y tanta tecnología si no nos ayudan a avanzar como especie, a mejorar las condiciones de vida de todas las personas que pueblan el planeta sin excepción, y a preservar la calidad de un entorno natural que acoge en su seno millones de especies que tienen tanto derecho como nosotros a vivir aquí y que, no nos olvidemos, necesitamos para que este mundo sea habitable para nosotros? ¿Somos los seres humanos una especie realmente inteligente?

 

¿Qué significa ser inteligente?

Algunos teóricos definen la inteligencia como la capacidad de todo sistema vivo para resolver problemas, desafíos y peligros, y avanzar así hacia su propósito, que en la mayoría de los casos no es otro que seguir vivo. Lo bueno de esta definición es que se aplica tanto a individuos como a grupos de individuos, con o sin un sistema nervioso desarrollado. De esta manera una bacteria, una planta, un bosque, una abeja, una colmena, un delfín, un grupo de macacos, un ser humano, o un grupo de seres humanos, en tanto que sistemas vivos, son todos inteligentes. Todos ellos son capaces de ajustar su organización interna para adaptarse a un entorno cambiante, no sólo en el presente sino también anticipándose al futuro.

Ahora bien, el hecho de que la inteligencia (individual o colectiva) sea una característica de todos los sistemas vivos no quiere decir que todos los individuos, o todos los grupos de individuos, de una misma especie sean igualmente inteligentes. Existen, de hecho, importantes diferencias en la capacidad de un individuo, o de un grupo de individuos, para dar una respuesta exitosa a una perturbación externa. Y, por supuesto, los seres humanos no son una excepción. Las diferencias de inteligencia individuales, fácilmente observables desde niños, se deben a razones que, sin ser totalmente conocidas, seguramente combinan elementos genéticos y ambientales. Pero ¿cómo explicar las diferencias de inteligencia en grupos humanos (equipos, organizaciones, comunidades) cuando en muchos casos están formados por personas que, individualmente, tienen inteligencias muy parecidas?

 

¿Podemos crear grupos más inteligentes?

El concepto de inteligencia colectiva ha experimentado un gran auge en los últimos años en paralelo al desarrollo de la teoría de los sistemas complejos. Los estudios sobre estos sistemas dejan claro que el todo es más que la suma de las partes y que, por tanto, la inteligencia de un grupo no se reduce a la inteligencia media de las personas que lo forman. Algunos grupos tienen un rendimiento mucho mayor, en términos de inteligencia, que el que cabría esperar de una simple cooperación agregada de sus miembros. Y lo mismo ocurre al revés, grupos formados por personas muy inteligentes son incapaces de dar respuestas inteligentes a los desafíos que se les plantean. Saber qué condiciones debe reunir un grupo para desarrollar formas de pensamiento y acción más inteligentes se ha revelado un campo de investigación muy fructífero. Los resultados conseguidos hasta la fecha apuntan en dos direcciones:

 

  1. Es fundamental mejorar la capacidad del grupo de gestionar el flujo de información y energía (emocional) que lo recorre. De lo contrario, mucha información que podría ser relevante se pierde en el proceso, se bloquea o se margina en función de la persona que la trae. Por otra parte, un exceso de información irrelevante, o simplemente falsa, satura los canales de comunicación generando ruido, consumiendo energía y recursos en determinar su valor o veracidad.
  2. Es fundamental mejorar la capacidad de las personas de acceder a la información no visible que se genera en todo sistema vivo. En situaciones complejas, la información disponible, aún relevante, puede ser insuficiente para gestionar la situación de una manera efectiva. La información que las personas de un grupo aportan de manera consciente es sólo una pequeña parte de un flujo de información que en gran parte pasa desapercibido para los miembros del grupo. Trabajar la creatividad individual y colectiva es, sin duda, un primer paso. Pero para llegar a la información que está en el “campo” (en la red de interacciones entre las partes de un sistema) se necesita algo más que creatividad, como explico más abajo.

El primer factor (mejorar la gestión del flujo de información) atañe directamente a lo que venimos llamando inteligencia (colectiva), pues está relacionado con las reglas que seguimos en nuestras interacciones comunicativas. En los sistemas vivos naturales estas reglas son, en general, biológicas y, habiendo pasado satisfactoriamente el filtro evolutivo, permiten una gestión muy efectiva del flujo de información. Por el contrario, en sistemas humanos, la mayoría de las reglas comunicativas son culturales y, aunque originalmente surgieran con un propósito adaptativo, su mantenimiento por razones ideológicas (normalmente, el interés de ciertos grupos sociales de mantener sus privilegios) las ha hecho bastante ineficientes a la hora de regular nuestra comunicación. Cambiar las reglas con las que compartimos, gestionamos y creamos (nueva) información es, por tanto, un aspecto fundamental para mejorar la inteligencia de los sistemas humanos.

 

Más conocimiento, mejores medios… No es suficiente!

Si pensamos ahora en las crisis vividas y las que se nos avecinan, el panorama no puede ser más sombrío. Nuestros líderes políticos no parecen estar muy interesados (o no saben cómo hacerlo) en aprender a crear y sostener espacios conversacionales efectivos, en los que puedan surgir respuestas convincentes y motivadoras a los retos que nos llegan. Ciertamente cuentan con el apoyo de la ciencia y de la industria (tecnología), pero el disponer de más conocimiento y de más medios que en el pasado no implica necesariamente mayor inteligencia política. Y no es sólo una cuestión de falta de voluntad y de compromiso, que también (resulta patético verlos discutir por tontadas mientras el mundo se viene abajo, no importa de qué país hablemos, y desafortunadamente lo mismo puede decirse de la Unión Europea). Aunque fueran capaces de sentarse a hablar tranquilamente, y contaran con la ayuda de expertos y facilitadores, es bien posible que tampoco lograran nada. El segundo factor comentado arriba (acceder a una información no visible) se les seguiría escapando, y no sólo a ellos, probablemente también a los expertos y facilitadores contratados.

Y es que la posibilidad de acceder a una información que está en el ‘campo’ requiere algo que, aún siendo accesible a todos los seres humanos (en este punto nos alejamos del resto de sistemas vivos), sólo está disponible tras un importante trabajo personal y grupal. Requiere un tipo de conciencia que algunos estudiosos llaman atención o conciencia plena (mindfulness), mientras otros prefieren utilizar el término “presencia”. Estos autores llaman ‘campo’ al “suelo o sustrato desde el que emergen los patrones y estructuras visibles que conforman la realidad social”. Aunque no seamos conscientes de la existencia de dicho suelo, no deja de actuar sobre nuestra manera de pensar y relacionarnos. El problema, dicen estos autores, es que el suelo está de alguna manera contaminado por una cultura que nos lleva a la fragmentación, la competición y el aislamiento. Para acceder a la información invisible del campo es necesario cambiar nuestra manera de estar presentes en un grupo o sistema social, de relacionarnos con las demás personas, de escuchar y conversar.

 

Desarrollar la ‘presencia’, acceder a la sabiduría

La conciencia plena se define como “una forma de conciencia en la que estamos alerta y abiertos a la experiencia presente, sin ser absorbidos por nuestros juicios y expectativas previas”. Estamos presentes y atentos a nuestras experiencias internas y externas, y las vivimos desde la apertura, la aceptación y el no juicio. Esta forma de estar presente implica discernimiento y una posición moral basada en una mirada apreciativa por los demás, una mirada que no juzga, que acepta y acoge con respeto y compasión, a los demás y a uno mismo. ¿Alguien se imagina a nuestros líderes políticos pensando y actuando desde una conciencia plena y apreciativa? Entiendo perfectamente que la política implica confrontación, pero si se supone que todo se hace en busca del interés común, ¿no debería la confrontación tener como objetivo la búsqueda de acuerdos satisfactorios para todos, al menos en una parte fundamental y básica? Reconozco que no soy muy optimista en cuanto a la disposición de nuestros actuales líderes políticos para dejar atrás sus prejuicios, sus juegos y maniobras destructivas, y empezar a desarrollar una conciencia plena que sólo se alcanza desde una práctica que requiere un claro compromiso. Pero aun sabiendo que esto no va a ocurrir en el corto plazo, sí que creo que todas estas ideas marcan el camino de lo que habrá de ser un nuevo estilo de liderazgo en el futuro.

Acceder a la información invisible del campo desde un estado de presencia o conciencia plena nos lleva más allá de la inteligencia, al menos tal y como la hemos definido hasta ahora, y nos introduce en el dominio de la sabiduría. Si la inteligencia nos permite dar una respuesta adaptativa a una situación que nos perturba (tal vez no sea la mejor respuesta, pero salimos del paso), la sabiduría nos lleva a una reflexión profunda sobre las circunstancias que han generado esa perturbación, nos permite bucear en la red de relaciones que conforma el sistema, en diferentes niveles y escalas, y buscar conexiones y patrones disfuncionales, o proponer incluso nuevas conexiones y patrones. A nivel individual, la sabiduría se manifiesta en forma de un pensamiento o acción disruptivos que traen información muy valiosa sobre la red invisible que conforma un campo social y sobre el futuro que se vislumbra a través de ella. Pero es a nivel colectivo donde la sabiduría (colectiva) manifiesta todo su poder, porque tal vez ningún miembro de un grupo, organización o comunidad tenga una imagen completa de toda la red de conexiones ni alcance a ver el futuro que dicha imagen anticipa, pero trabajando juntos podemos unir los fragmentos para hacer real un futuro que emerge a través de nuestros actos.

 

Por un liderazgo facilitador y consciente (elderazgo)

Para alcanzar ese estado de presencia individual y colectivo que el mundo necesita en estos momentos, el primer paso es dejar de lado nuestros miedos, dejar de amplificar la información que los refuerza, y centrarnos en aquello que genera ilusión y confianza. Necesitamos, nos dicen algunos autores, una mente abierta que, sin desdeñar la ciencia, es crítica con el conocimiento dogmático (inteligencia racional); un corazón abierto capaz de empatizar con las necesidades de un otro diferente (inteligencia emocional); y una intención abierta capaz de dejar ir creencias tan queridas como inservibles y de acoger ideas nuevas que nos obligan a redefinir quién somos (inteligencia espiritual).

 

Esta labor es especialmente urgente para quienes aspiran a liderar en cualquier ámbito social, económico o político. En un mundo cada vez más complejo nadie tiene el mapa de un territorio que cambia a cada instante, nadie tiene toda la información que se necesita para marcar un camino. La función de los líderes del futuro no es, no puede ser, decirnos a dónde hay que ir. No, su función es crear las condiciones para que el suelo desde el que emergen las reglas, los patrones y las estructuras sociales sea lo más fértil posible, y desde ahí convocar y sostener espacios de conversación que nos permitan acceder al conocimiento que dicho suelo contiene (sabiduría colectiva). A este nuevo liderazgo, facilitador, transformador y consciente, algunos lo llamamos elderazgo, reconociendo así el valor de la experiencia y sabiduría de los élderes de muchas tradiciones culturales.

Un elemento importante que afecta a la capacidad de un grupo para acceder a la información no visible del campo es la diversidad. Diversos estudios muestran que un grupo diverso tiene en general un rendimiento mayor que un grupo más homogéneo, es más inteligente. La diversidad aporta más información, experiencias, conocimientos e ideas a un grupo, lo cual es especialmente valioso en situaciones en las que no sirven las respuestas conocidas y el grupo debe idear nuevas respuestas, o incluso debe plantearse los supuestos de los que surgen las preguntas. Ahora bien, la diversidad aporta también diferencias que pueden resultar conflictivas. Si no sabemos manejar la diversidad, si no sabemos acoger y respetar diferencias que pueden llegar a ser muy valiosas, es bien posible que se generen disputas y conflictos que echan por tierra toda posibilidad de crear propuestas realmente efectivas a los desafíos que nos encontremos. En estas situaciones, alguien debe asumir el rol de sostener el espacio, de estar atento y dar cabida a las diferentes voces que surgen, de acompañar un proceso que puede ser tenso y difícil.

Esta es precisamente la labor principal del élder, sea el anciano sabio de una antigua tribu o un moderno líder facilitador y consciente: acoger y dar espacio a la diversidad; dar salida al dolor de quienes se sienten molestos o heridos por la manera en que otros usan su poder; y generar las condiciones para que, desde la presencia, un grupo pueda acceder a la sabiduría que contiene. El mundo necesita más que nunca élderes y, perdidas o rotas las condiciones para que surjan naturalmente, no nos queda más remedio que prepararnos para ocupar un rol que tal vez nos cueste un poco al principio. Si no tienes claro tu camino, aprende a ser un élder!!!!

 

Nota final

Nada de lo que he contado en este artículo es política ficción, todas estas ideas cuentan con un considerable respaldo de estudios realizadas en algunos de los más destacados centros de investigación*. Se están aplicando en numerosos grupos y organizaciones de todo el mundo. Pero apenas llegan a la gente ni, mucho menos, a la política. Tampoco es tan sorprendente. A pesar de lo que nos dicen, la finalidad de la política no es la búsqueda del bien común, todavía no estamos ahí. De momento cada parte (cada partido) trata simplemente de defender los intereses de los suyos. Antes hemos de ganar conciencia de que nuestra primera y fundamental identidad es ser humanos. Sólo desde ahí podremos acoger la diversidad que tanto nos enriquece, que tanto necesitamos para generar propuestas adaptativas a los retos que habremos de enfrentar como humanidad en un futuro cada más abierto e incierto.

* Para no cansar al lector he omitido deliberadamente todas las referencias a los estudios que sostienen las afirmaciones realizadas en este artículo. Si alguna persona tiene interés, puede leer el siguiente documento:http://www.elcaminodelelder.com/wp-content/recursos/indagacioncolectiva.pdf

 

Text: Ulises

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